Lo importante de todo esto es que una creencia como la maldición de Tutankamón, originada en los años veinte, no encontró sitio en nuestro siglo. Desechando teorías mágicas, la investigación científica llegó hasta el descubrimiento del MERS y, con ello, al hallazgo del murciélago como reservorio natural de la mayoría de los coronavirus existentes.
A partir de este hecho primordial se están realizando los avances en la activación de las distintas vacunas para paliar la epidemia que hoy asola nuestras vidas. El secreto de dicha epidemia radica en nuestra relación con el medio ambiente, con el hábitat natural de los animales, lugar sacro que hemos profanado sin miramiento y, hasta ahora, impunemente. Esa es la verdadera maldición.
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