La utilización de aceites como aglutinante de pigmentos sólidos revolucionó la técnica pictórica, a partir del siglo XV. Los mal llamados “pintores flamencos primitivos” (que ciertamente no eran primitivos y además no todos eran de Flandes) se encargaron de experimentar con nuevos materiales, como el aceite de semillas de linaza, amapola, cártamo o nogal, adelgazados con trementina y hervidos con resina de pino o incienso, para dar distintos efectos de brillo y transparencia. Con ello, se podía variar el tiempo de secado y el grado de oxidación amarillenta con el paso de los años. Además, las veladuras producían un mayor rango de sensaciones de profundidad. Así, se podían dar nuevos efectos de luces, delicadas sombras o matizar el color de los fondos. Lo más importante de todo, es que estos artistas difundieron sus hallazgos por todo el mundo occidental.
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