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Edición abreviada
"Cada sociedad se siente reflejada en algún relato que, de forma misteriosa, contiene el código de las pulsiones colectivas. Estados Unidos rinde culto a una extraña historia de terror, obsesión, pureza, venganza y catarsis escrita por Herman Melville en 1851: Moby Dick" (Enric González, 2-mayo-2011, El País)
«En definitiva, a la hora de la verdad, esto es, a la hora de la lectura, más vale que el lector no dé mucha importancia a las interpretaciones morales y conceptuales que le hayan ofrecido previamente, porque podrían destemplarle por adelantado el oído, interfiriendo con el placer de dejarse llevar por la voz del autor en estas larguísimas «variaciones Goldberg» sobre tema ballenero; voz sugestiva sobre todo por su tono y fantasía. Parece, en efecto, que Melville desarrollara su fábula medio aturdido, arrastrado por su visión y embriagado por su palabra, envolviendo lo que cuenta o expone en ditirambos líricos y en ocurrencias medio humorísticas —el aspecto cómico e irónico no suele ser muy atendido por los comentaristas de esta obra…
Pero los momentos de persecución y arponeo, aun con todo el patetismo del estilo —sobre todo, en las palabras de los personajes—, tiene energía de reportaje directo: incluso la apoteosis final, en tres días de acoso al ballena maldita, resulta viva, testimonial…
El lector, sin duda algo aturdido por su larga navegación, se encuentra abrumado en el trágico final: más adelante, cuando vuelva a abrir Moby Dick, por el comienzo o no, aunque ya sepa todo el desarrollo, no dejará de sentirse de nuevo arrastrado por la voz de Melville a navegar de nuevo, páginas y páginas. Es eso, en definitiva, lo que hace que algunas raras obras sean verdaderamente «clásicas», esto es, inolvidables y siempre nuevas.»
(José María Valverde, traductor de Moby Dick en la edición publicada por Austral)
«Desde su ventana no veía el mar. Pero podía oírlo en su cabeza. Las olas no habían dejado de batir. Le acompañaba aquel rugido y la sensación de que la tinta resbalaba sucia sobre los papeles como un día lo había hecho su cuerpo sobre la cubierta del Acushnet. Arrastrado por la galerna. Golpeado por las palabras. Herman Melville se ha vuelto loco, pero no lo sabe todavía. Se ha entregado a un libro que lo pide todo. Un libro que le obsesiona hasta el desvarío. Navega a barlovento desde la buhardilla de esa granja a la que ha bautizado con nombre de barco, Arrowhead. «Mi habitación parece un camarote y por las noches, cuando me despierto y oigo cómo chilla el viento, casi se me antoja que la casa tiene demasiada vela y que debiera subirme al tejado y aparejar la chimenea». Aunque hace semanas que ya no duerme. Ni tiene ojos para otra cosa que no sean sus propios párrafos. Su historia. Su Leviatán: Moby Dick.»
(Marta Fernández, ’Melville o la maldición de Ahab’, Jot Down Nº 17)
Diseño de portada: Guillermo P. Guillot
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