Angeles Caídos El Creador tubo que mandar un diluvio debido a las transgresiones genéticas y corrupción moral que hubieron en los tiempos de Noaj. Por ello el ser humano debe de recordar que cada vez que en el mundo hay catástrofes, inundaciones, pestes, guerras, pandemias, son llamadas de atención para que cada persona recapacite haga jeshbon ha-nefesh interiorizar y vea en que debe de mejorar, cambiar y acercarse en teshubá a su Creador.
¿Qué sucede cuando un ángel desciende del cielo y asume una existencia terrenal? Un desastre.
El Midrash[1] cuenta que en los años previos al Diluvio, cuando el crimen y la promiscuidad saturaban la tierra, dos ángeles, Shamjazi y Azael, suplicaron ante el Omnipotente: «¡Permítenos morar entre los humanos, y santificaremos Tu Nombre!» Pero tan pronto ambos seres celestiales entraron en contacto con el mundo material, también se corrompieron.
Es de estos ángeles caídos, y sus descendientes, de quienes habla la Torá cuando dice que «había Nefilím [«caídos» y «gigantes»] sobre la tierra en esos días… los hombres supernos tomaron mujeres mortales, quienes les dieron hijos; estos fueron los poderosos hombres de antaño, quienes derribaron el mundo»[2].
Los misioneros celestiales, que vinieron para redimir a la humanidad de la maldad terrenal, cayeron, ellos mismos, presa de sus tentaciones -no estaban por encima de robar novias de debajo del palio nupcial [3]– y jugaron un rol principal en el desmoronamiento y la destrucción de su sociedad adoptiva.
Gigantes en Tierra Santa
Los Nefilím reemergen unos novecientos años después, cuando el pueblo de Israel, catorce meses tras su éxodo de Egipto, está a punto de ingresar a la tierra que les fuera prometida como patrimonio eterno.
A pedido del pueblo, Moshé envió doce espías a explorar la Tierra Santa. Cuarenta días después, estos doce hombres -cada uno líder de su tribu- regresan, severamente divididos.
Diez de ellos son categóricos en su juicio que mejor harían los judíos si se quedaran donde están, acampando en el desierto, pues cualquier intento de conquistar esta tierra y radicarse en ella está condenado al fracaso. «Llegamos a la tierra a la que nos has enviado», dijeron, «y, en efecto, fluye en ella leche y miel… Pero poderosa es la nación que mora en la tierra, y las ciudades son fortificadas y enormes. Vimos gigantes allí…»[4].
Sólo dos de los espías -Calev de la tribu de Iehudá, y Iehoshúa de la de Efráim- insistieron en que los judíos deben, y pueden, proceder con el imperativo Divino de entrar a la tierra. Si Di-s nos redimió de Egipto, exclamó Calev, si El partió el Iam Suf para nosotros, si El hizo llover maná desde los cielos para mantenernos, ¿puede verse impedido por fortalezas y gigantes? Si El nos ordenó tomar y colonizar la tierra, triunfaremos[5].
En este momento, los diez espías dieron su golpe de gracia: «No. No triunfaremos… Es una tierra que consume a sus colonizadores… Vimos allí a los Nefilím, los descendientes de los gigantes, los caídos»[6].
Selección de comentarios de «El Rebe Enseña»,(c) Edit. Kehot )
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