Su llegada al mundo no logró detener el divorcio que cambió a su familia para siempre. El vínculo con su padre, “un alemán refugiado de la Segunda Guerra Mundial” al que “le costaba decir te quiero”. La distancia con él, por “escuchar versiones de su nueva mujer”. Y “la charla del perdón” que 15 años después “nos hizo grandes amigos”. Los episodios de ansiedad tras el fallecimiento de uno de sus hermanos gemelos, “que debí asimilar a los ochos años, mientras jugaba con muñecas”. Y la “milagrosa” llegada de California, que coincidió con los últimos días de su madre, “el gran ejemplo de mi vida”, de quien hoy dice recibir “fuertes señales”.
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