En todos los tiempos la gente ha utilizado máscaras para ocultar el rostro y que no las descubran. Con la máscara la persona ganaba el valor y la seguridad de que no la reconozcan. Unas máscaras se utilizaban para atemorizar, mientras que otras servían para la defensa. Los samuráis de Japón llevaban sus máscaras para la defensa.
A diferencia de los ninja, quienes en realidad eran asesinos a sueldo, los samuráis eran guerreros profesionales.
Las máscaras eran tan horrorosas que sólo verlas hacía temblar al enemigo.
La armadura protectora facial japonesa, a diferencia de la armadura europea, no era muy sofisticada como tampoco muy perfecta. A lo largo de once siglos se inventaron unos cinco tipos de máscaras de combate.
Por ejemplo, el casco con máscara de Sackton Hoo tenía bigotes, pero no tenía orificios para la boca. En cambio, los cascos de los antiguos romanos no se ajustaban bien a la cara, por lo que un guerrero con ese casco tenía que mirar a través de las rendijas de la visión desde una distancia que reducía considerablemente el campo de visión. Esto era peligroso, ya que el guerrero podía fácilmente fallar un golpe. Los cascos cerrados de los europeos del siglo XVI, cuyas viseras tenían la forma de las caras de varios animales, causaban una impresión aterradora, pero también imposibilitaban la visibilidad normal.
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