Él sabía que, como cristianos, nos enfrentamos a una guerra espiritual intensa y debemos estar preparados.
Lo primero es fortalecernos en el Señor. Luego debemos vestirnos, tomar la armadura y ponérnosla. Esto requiere iniciativa, una acción de nuestra parte y una decisión: no me enfrento con mis propias fuerzas sino que uso las armas que Dios me da es un acto de humildad y de confianza total en su poder y en su sabiduría.
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