Si alguna vez vamos a amar de la forma en que Jesús ama, debemos comenzar por entender que la iglesia debe ser un hospital del alma que acepte a todo aquel que llegue buscando ayuda. El peor alcohólico, la persona más iracunda, el criminal más peligroso, el mayor adicto, el más chismoso, el más lujurioso, el más racista, el miembro más disfuncional de la familia, la persona más odiosa que conocemos, y nosotros mismos... todos estamos invitados a la mesa del Señor. Seamos puertas y no barreras para que otros puedan acercarse al Padre. ¡Un mensaje retador!
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