El amor del Padre, expresado en la Persona de Su Hijo, atravesó el "espacio" insondable de lo eterno, y entrando en el tiempo de los humanos explotó en la cruz de Cristo, convirtiéndose en una fuente inagotable de bondad, misericordia, gracia y perdón. En respuesta al amor de Dios, ahora somos peregrinos que marchan de nuevo al hogar, mientras somos transformados por el Espíritu Santo según la imagen de Jesucristo, para que cuando lleguemos al cielo seamos semejantes a Él.
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