Conocida como Regina Viarium, la Apia Antigua, sendero de muerte y poder, es la gran olvidada en los viajes a Roma. Salvando la visita a las catacumbas de San Calixto o San Sebastián, el viajero se pierde 18 kilómetros de arte y belleza paisajística que los romanos asaltan cada domingo a pie o en bici. Porque a la reina por un día a la semana hay que prestarle tributo, ya que no hay otra igual en Europa.
No se equivocó el cónsul Apio Claudio cuando 312 años antes de Cristo construyó la primera autopista de la historia y la más resistente. La Vía Apia Antigua ha conocido los pesados carros del ejército romano y los modernos vehículos. La iniciativa del Ayuntamiento de Roma de cerrarla al tráfico hace dos años ha hecho posible que los visitantes disfruten cada domingo de 18 kilómetros de belleza paisajística y artística. Se le ha querido devolver su antiguo esplendor, usurpado por las devastaciones y saqueos iniciados cuando el poder de Roma decaía en el siglo VI. Pasaron varios siglos hasta que en 1887 Antonio Cánovas, consejero de Napoleón, apreció el valor de la vía y apoyó la creación de un Paseo Arqueológico. Cincuenta años más tarde, también Mussolini secundó el valor de la vía pero, desde otra óptica, decidió modernizar el paseo poniendo una capa de asfalto sobre las emblemáticas piedras de basalto.
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