El programa se ha desplazado a Cádiz, donde por primavera las orcas se dejan ver por la costa. Los grandes cetáceos llegan siguiendo el rastro de su más preciado bocado, el atún rojo. En esa época los atunes cruzan el Estrecho en dirección a las cálidas aguas del Mediterráneo interior, donde desovan. Un viaje guiado por el instinto que se repite cada año y que desde hace miles de años los pescadores aprovechan. Para ello, en febrero comienza la dura labor de preparar los enseres y trasladarlos al mar, a un par de millas frente a la costa, para conformar la compleja estructura de la almadraba. Es un laberinto de redes verticales, un entramado de boyas y flotadores, cadenas, plomos, cables y anclas, cuyo fin último es conducir a los grandes atunes hacia “el copo”, el círculo de embarcaciones donde son sacrificados.
Esta técnica de pesca, que se emplea desde tiempos prerromanos, ya no es el sangriento espectáculo de antaño. Ahora prima la calidad sobre la cantidad y para conservar la carne en sus mejores condiciones hay que actuar con rapidez: muerte rápida, traslado rápido y ultra congelación rápida. Técnicas japonesas, ya que son los nipones el origen del renacer de las almadrabas a finales de los 70, tras años en los que llegaron a desaparecer.
Hace décadas se encendieron las alarmas por la pesca masiva del atún rojo con técnicas industriales. Ahora, la especie se ha recuperado. Los controles y las cuotas de capturas están dando resultados, por eso las almadrabas miran con optimismo hacia el futuro.
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