Usted es príncipe por azar, por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven solo hay uno.” Es la respuesta del genio a su mecenas, el príncipe Lichnowsky, cuando éste le ordena que se siente al piano. A él le dedica su Segunda Sinfonía, que compone en su mayor parte en el verano de 1802, habiéndose trasladado a las afueras de Viena, en Heiligenstadt, en un vano intento de preservar parte de su oído que se deteriora rápidamente.
Beethoven está en el proceso de aceptación. Meses después, en octubre, escribe su Testamento de Heiligenstadt, que guardará entre sus cosas el resto de su vida. Y en medio de tan desesperado momento de su vida, cuando se está convirtiendo en el paradójico creador que no puede oír su propia obra.
Así Beethoven dejo sin palabras a su mecenas
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