“La falsa educación” es un documental de filosofía en el que se discurren con detenimiento ciertos aspectos nucleares de la educación reglada – y, en particular, del paradójico rol del estudiante – a través de los escritos de uno de los filósofos españoles más notables del Siglo XX: José Ortega y Gasset. ¿Por qué es más que nunca necesario estudiar en la actualidad? ¿Cómo podríamos fomentar la curiosidad en el alumno?
⌚ Línea temporal:
00:00-01:58 - Introducción.
01:58-09:16 - Tipos de necesidades.
09:16-13:54 - ¿Quién es estudiante?
13:54-20:52 - La paradoja del estudiante.
20:52-26:56 - La disociación cultural.
26:56-29:26 - Conclusión.
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El ensayista madriñeño comienza su reflexión con unas declaraciones fácilamente susceptibles a una amplia ristra de malinterpretaciones: “aunque es posible que estudiar contenga lados, facetas e ingredientes que no sean falsos, basta con que uno de ellos lo sea para que estudiar sea en sí una falsedad”. Prima facie, resulta un tanto chocante que uno de los pensadores más eminentes del Siglo XX designe al acto de estudiar utlizando semejante calificativo, ¿no creéis? ¿A qué se quiso referir exactamente? Bien, el autor nos insta a cuestionar el verdadero significado de los vocablos estudiar y estudiante a raíz de la tipología de los menesteres que generan: «Grosso modo, el estudiante es un ser humano, masculino o femenino, a quien la vida le impone estudiar ciencias de las cuales él no ha sentido inmediata y auténtica necesidad. Si dejamos a un lado los casos más excepcionales, reconoceremos que el mejor escenario se traduce en las ganas sinceras – pero vagas – por parte del alumno de estudiar “algo”; así, in genere, de saber, de instruirse. Y es justamente la vaguedad de este afán lo que declara su escasa autenticidad. Salta a la vista que un estado tal de espíritu no ha llevado nunca a crear saber alguno, porque éste es siempre concreto, es decir, saber precisamente esto o precisamente aquello. Ergo, si hay funcionalidad entre buscar y encontrar, entre necesidad y satisfacción, los que crearon un conocimiento experimentaron no el pueril y ambiguo afán de conocer, mas uno concretísimo: averiguar el porqué de determinada cosa. Esto revela que incluso el deseo de saber sentido por el buen estudiante es por completo heterogéneo – y, tal vez, antagónico – del estado de espíritu que llevó a crear el saber mismo». Puesto en palabras más llanas, el contraste expresado por el ensayista es el siguiente: la ciencia no existe antes que su creador, esto es, el denominado science-man no se encontró con ella de golpe para luego verse llamado a poseerla, sino que sintió de antemano una necesidad vital y acientífica que, acto seguido, le condujo a la pesquisa de su satisfacción y, a la postre, culminó en ciertas tesis e ideas que resultaron ser científicas. En cambio, el estudiante se topa con el castillo de la ciencia ya erigido, cimentado, ornamentado, acabado e in situ cuyo halo podría, siendo optimistas, atraerle, gustarle, camelarle e inclusive prometerle triunfos en la vida. Sin embargo, nada de esto quita que la información implantada termine por consumir la misma llama que, en otro ser humano, posibilitó la creación científica.
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