El discípulo de Cristo debe anhelar crecer, madurar y experimentar cada día la presencia del Señor, pero, Dios no va a obrar en un corazón contaminado por el pecado y la maldad, por esa razón es que se hace necesario buscar que el Señor limpie y restaure el ser interior. Dicho de otra forma, no podremos disfrutar de la hermosa presencia del Señor sin antes haber experimentado una profunda y verdadera renovación espiritual.
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