La devoción a Jesús Nazareno nos lleva a contemplar la Pasión de nuestro redentor. En los mismos comienzos del Cristianismo, muchos de los fieles de Jerusalén tendrían un recuerdo imborrable de los padecimientos de Jesús, pues ellos mismos estuvieron presentes en el Calvario. Jamás olvidarían el paso de Cristo por las calles de la ciudad la víspera de aquella Pascua. Los Evangelistas dedicaron una buena parte de sus escritos a narrar con detalle aquellos sucesos.
“Contemplemos la Pasión del Señor, ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta farsa, abofeteado y sometido a los últimos tormentos, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma”. Nos recomendaba San Juan Crisóstomo.
La Pasión del Señor debe ser tema frecuente de nuestra oración. Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo. Para conocer y seguir a Cristo debemos conmovernos ante su dolor y desamparo, sentirnos protagonistas, no solo espectadores, de los azotes, las espinas, los insultos, los abandonos, pues fueron nuestros pecados los que le llevaron al Calvario.
Los padecimientos de Cristo nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento, desgana y pereza. Avivan nuestro amor y alejan la tibieza.
Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros.
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