LA HIJA DEL MILLONARIO QUEDA PARALIZADA AL VER A UNA MESERA IDÉNTICA A ELLA Y CON EL MISMO COLGANTE…
Mariana observaba a Miguel con una mezcla de nervios y emoción que la hacían sentir viva de una manera que jamás había experimentado. Llevaban meses en una relación clandestina, una historia de amor que florecía en los rincones secretos de la ciudad, lejos de la mirada crítica y severa de Ernesto, el padre de Miguel. Ernesto era un hombre poderoso, influyente y frío, y aunque nunca había dirigido una sola palabra a Mariana, su desprecio hacia ella era palpable. Consideraba a Mariana una amenaza, una mujer de origen humilde que, según él, solo estaba interesada en la fortuna de su hijo.
Pero a Miguel no le importaba la opinión de su padre. Desde el momento en que conoció a Mariana, sintió que ella le ofrecía algo que ni todo el dinero de Ernesto podía comprar: una paz que lo hacía sentir completo. A su lado, Miguel era él mismo, libre de las expectativas y el peso de su apellido. Mariana era todo lo que necesitaba para sentirse realmente feliz, y cuando la miraba a los ojos, el mundo exterior desaparecía, dejándolos solos en un espacio íntimo, lleno de promesas y sueños compartidos.
Aquella tarde, mientras el sol se ocultaba en el horizonte y bañaba el cielo de un cálido naranja, Miguel tomó la mano de Mariana con firmeza. La miró a los ojos, y en su mirada se veía una determinación que la hizo estremecer.
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