En la noche de Jueves Santo, cuando ya las tinieblas se han apoderado del centro de Cartagena, los californios celebramos nuestra más sencilla y a la vez solemne procesión. La ausencia de luz en las calles del recorrido, la iluminación de cera de hachotes y tronos, la falta de música y tambores con la excepción del único tambor destemplado que abre el desfile, el olor a incienso a flores y a arbustos de los montes cartageneros que aromatizan el paso de las imágenes, los secos golpes de los martillos de órdenes de los capataces de los tronos, el rítmico golpeteo de las cañas de los hachotes sobre el suelo, la respiración entrecortada por el esfuerzo de los portapasos, y, como siempre, la infinidad de pequeños detalles con los que los cofrades adornan a sus veneradas imágenes, hacen que esta procesión tenga un ambiente especial que resulta inolvidable para quien la ve por primera vez y también para el que la contempla todos los años. Como decía el articulista Óscar Nevado, en el diario El Porvenir en 1928, “esta procesión del Silencio –muda, callada, rompiendo con el grito estridente de sus tambores el misterio de la noche- ha de llevar consigo el alma de Cartagena”. Los participantes en la procesión se encuentran sujetos a un reglamento elaborado en 1928, y que sigue en vigor, que impone a los mismos una seriedad aún mayor de la que habitualmente tienen nuestras procesiones. Así, todos los participantes en el desfile, con la excepción del hermano mayor y del capellán, llevan el rostro cubierto y deben mantener un absoluto y riguroso silencio, que suele verse acompañado por el del público que contempla el paso del desfile y la colaboración de los propietarios de locales y negocios que apagan sus rótulos luminosos y alumbrado al paso de la procesión. Al final de esta se canta un miserere al Ecce Homo, tal y como se hacía desde los orígenes de ese desfile, y la Salve cartagenera a la recogida de la Virgen.
El origen de esta procesión es doble. Por un lado, en 1928 se creó la Procesión del Silencio, por el interés existente por ocupar todos los días de la Semana Santa con desfiles y hacer una procesión distinta a la de Miércoles Santo. En la misma originalmente sólo participaba el trono del Ecce Homo, representado por la misma imagen del Cristo del Prendimiento, sin los sayones y vestido sencillamente con una túnica sin bordar, la corona de espinas y una caña como cetro. El primer año, la procesión no salió por motivos meteorológicos, celebrándose claustralmente por el interior de Santa María de Gracia, saliendo por primera vez a la calle en 1929. Continuó saliendo un par de años más, siendo suspendida durante la República por motivos de seguridad. Tras la Guerra Civil, se retomó la organización de esta procesión, uniéndose a la misma la, al principio, llamada Virgen del Silencio que, posteriormente, por iniciativa de Balbino de la Cerra y recordando la antigua relación de la Cofradía del Prendimiento de Cartagena con la de la Esperanza de Madrid, pasó a denominarse Virgen de la Esperanza.
Por otro lado, en 1956 se creó otro nuevo desfile, independiente de la Procesión del Silencio, con las características propias del resto de procesiones de la Semana Santa de Cartagena en cuanto a música, luz, orden, etc. para ocupar el Sábado Santo que, con la modificación litúrgica que había llevado a cabo la Iglesia, se convertía en un día en el que se podían celebrar procesiones. No obstante, debido a ciertas presiones, finalmente el obispo de Cartagena no autorizó dicho año la salida de esta procesión el Sábado Santo, por lo que hubo de salir provisionalmente en la madrugada del Domingo de Resurrección.
Durante los siguientes años esta procesión, conformada en origen por el Cristo de los Mineros, la Vuelta del Calvario y la Virgen, además de en alguna ocasión la Magdalena, continuó desfilando independientemente de la del Silencio, aunque lo haría en el mismo día de Jueves Santo, con sólo un breve intervalo entre ambas procesiones, estando ambas en la calle a la misma vez.
Finalmente, en 1960 se decidió unificar ambas procesiones en una sola, la del Silencio y Santísimo Cristo de los Mineros, con las características propias de la del Silencio, continuando así hasta nuestros días.
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