El siglo XXI ha traído consigo un nuevo escenario bélico. El ciberespacio se ha convertido en el actual campo de batalla donde se dirimen los intereses económicos y geopolíticos de las superpotencias. Hasta hace un par de décadas, Estados Unidos presumía de la supremacía global, pero en los últimos años, un nuevo actor ha emergido dispuesto a ser la primera potencia mundial para 2049, coincidiendo con la fecha del centésimo aniversario de la República Popular. Ante este choque de intereses, el espionaje y la tecnología juegan un determinante papel en una guerra invisible donde no hay reglas que valgan.

Desde las primeras y tibias escaramuzas digitales de los primeros años de 2000, las capacidades digitales de China han cambiado. Según denuncia Estados Unidos, la potencia asiática ha desplegado sus tropas informáticas y se ha convertido en el mayor espía del mundo. Hoy día, “representa el 80% de los casos de espionaje económico”, desvela John Demers, fiscal general adjunto de Seguridad Nacional de Estados Unidos. “De forma clandestina, el gobierno estadounidense también recurre al hackeo”, replica el denominado hacker patriótico chino Eagle. Estados Unidos nunca abandonó el espionaje mundial, pero ahora ya no es el único.

“China es una superpotencia cibernética y no va a desaparecer”, asegura el exhacker y experto en ciberseguridad Jeff Moss. La investigación de ‘El ejército de hackers de China’ ha evidenciado que Europa tampoco ha quedado al margen de los ciberataques. Entre 2015 y 2018 miles de documentos de la diplomacia europea fueron robados. Las pistas conseguidas por los periodistas les llevaron hasta China, sin embargo, lejos de manifestarlo, Europa mantuvo un perfil bajo sobre el ciberespionaje chino por temor a ofender a este valioso socio económico.

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