Los Incas tenían un harén entero a su disposición, compuesto de más de 200 mujeres, traídas de todas partes del Imperio. Eran elegidas en base a su belleza e inteligencia:

"Tenía el Inca infinito número de mujeres, porque se casaba con cuantas quería, las cuales dormían con él, estaban en su palacio real y vivían y comían juntas".

Vivían en los acllahuasi o Casas de las Vírgenes, lejos de la vista de otros hombres. Había hasta seis tipos de acllahuasi según el rango y las habilidades de las mujeres.

Por ejemplo, las acllas de la cuarta Casa, animaban las fiestas del Inca antes y después de la guerra. Lucían hermosos vestidos, tocaban instrumentos musicales y cantaban sensuales yaravíes.

También había casas de tejedoras, pastoras, cocineras y hasta de extranjeras. Ingresaban a los acllahuasi entre los 8 y 10 años y pasaban allí toda su juventud hasta que se casaban.

Pero había una casa especial, donde estaban las hijas del Sol, que guardaban perpetua virginidad, y ni el mismo Inca se atrevía a tocarlas. Era tanta su pureza que si llegaban a oler alguna cosa hedionda o podrida, morían del asco. Se encargaban de cuidar los templos y se decía que la suerte del Imperio dependía de su labor.

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