A medida que el polvo de la batalla se asienta, el estruendo de miles de soldados marchando y el choque de armas se desvanecen, dando lugar a un silencio inquietante. Los cuervos y los buitres se abalanzan sobre los miles de cuerpos que ahora yacen inertes en el campo de batalla. Solo los lamentos ocasionales de hombres y animales heridos rompen la calma sepulcral. Entre los cuerpos se encuentran dispersos fragmentos de armaduras, escudos rotos, estandartes caídos, espadas quebradas y otras piezas de equipo abandonado.
Con la llegada de la noche, siluetas de soldados en uniforme comienzan a moverse entre las sombras. No se trata de saqueadores ni sobrevivientes que han regresado a reclamar sus pertenencias. Son unidades especiales enviadas con órdenes precisas, cada una con una tarea diferente que cumplir. Ganar una batalla es una cosa, pero el verdadero trabajo apenas comienza cuando el combate cesa. El desenlace de una batalla no se limita a tomar el campamento enemigo o aclamarse como vencedor; es mucho más complejo que eso.
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