Cada año, los pingüinos, ballenas y aves playeras del Atlántico Sur realizan viajes muy extensos para cumplir con su ciclo vital. Se calcula que cada una de esas especies es capaz de recorrer, a lo largo de toda su vida, la distancia que separa la tierra de la luna.
Todos los años, poblaciones enteras de animales se desplazan miles de kilómetros a través de océanos y continentes en un viaje muy preciso. No pueden perder el tiempo, deben llegar a destino en el momento justo. Una profunda y misteriosa conexión los impulsa a volver una y otra vez hasta las costas del Altántico Sur.
Es invierno en el Hemisferio Sur, cuando la primera Ballena Franca Austral llega a la Península Valdés. Viene de realizar una larga travesía desde los mares más australes del planeta. La primera siempre es una hembra, ellas encabezan las migraciones, detrás vendrá un grupo o familia de dos a diez integrantes. Pronto llegarán decenas y decenas de familias. Juntas conforman la población más grande del Atlántico Sur, con más de dos mil ejemplares registrados. Viene escapando del frío invernal de la región antártica y sub antártica, donde se alimentó durante el verano y el otoño. Ahora comienza a sentir las cálidas y tranquilas aguas de la península.
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