Adviento:
Piensa en Adviento (los montes se abajan y los valles se nivelan, que las estepas se convierten en manantiales y los desiertos en jardines). Cambia la mirada.
El Adviento como preparación para que Dios se encarne en nosotros. Tiempo de abrirnos a la gracia de Dios.
CUIDAR DE MARÍA EMBARAZADA (amor):
Ser capaces de dejar que el Espíritu Santo dance en nosotros como en María.
¿Cómo vas de alegría interior? ¿cómo vas de flexibilidad interior? ¿dejas que el Espíritu Santo dance en ti o lo retienes o encierras? Déjate llevar por el Espíritu…Déjate amar.
ABRIR LAS PUERTAS DE NUESTRA POSADA (desasimiento):
Se nos invita ser disponibles como María. No cerrar nuestras puertas a la venida del Mesías. Para poder estar disponibles hay que estar desprendidos, desasidos.
¿De qué me puedo desasir este Adviento? ¿qué cosas o personas me quitan la libertad interior? ¿me siento disponible para el Señor?
PREPARAR NUESTRO PESEBRE (humildad)
Se nos invita a preparar nuestro pesebre (nuestro corazón).
Para ello es importante ser humildes (entendido como aceptación de nuestra humanidad).‘Transformar mis heridas en perlas’ (lugares de encuentro con Dios).
¿Cómo estoy de humildad? ¿soy capaz de aceptarme y quererme? Pon delante de la mirada del Señor tus heridas…y deja que las sane.
Textos de Santa Isabel de la Trinidad sobre la Virgen:
‘Nadie ha penetrado tanto en el misterio de Cristo en toda su profundidad, más que la Virgen’.
“Déjate tomar por entero, déjate invadir completamente por su vida divina, para dársela tú a ese querido pequeño que llegará al mundo lleno de bendiciones. ¿Te imaginas lo que ocurriría en el alma de la Virgen cuando, después de la Encarnación, llevaba dentro de sí al Verbo Encarnado, al Don de Dios...? Con qué silencio, con qué recogimiento, con qué adoración se sumergiría en lo más hondo de su alma para estrechar a aquel Dios del que era Madre”.
“¡Con qué paz y con qué recogimiento se sometía y aceptaba María todas las cosas! ¡Hasta las más triviales quedaban divinizadas a su contacto! Pues en todo lo que hacía María era la adoradora del don de Dios. Y eso no le impedía prodigarse hacia afuera cuando había que practicar la caridad”.
“Su alma es tan sencilla y tan profundos los sentimientos de su alma, que no es posible detectarlos. Es como si con ella se reprodujera en la tierra aquella vida que es propia del Ser divino, del Ser simplicísimo. Y es también tan transparente, tan luminosa, que uno la tomaría por la luz misma. Sin embargo, es solamente el «espejo» del Sol de justicia. Totalmente disponible”.
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