Se piensa a menudo que el mundo es un lugar en el que las fronteras están bien delimitadas y son inamovibles. Hoy, a fin de cuentas, ningún país invade a otro salvo contadas excepciones. En un pasado no tan lejano la invasión era un método legítimo para que un Estado acrecentase sus dominios. Todos los países europeos actuales se forjaron así, adquirieron su extensión actual mediante un equilibrio entre negociación y agresión al vecino.
A veces resultó sencillo porque hay lugares con fronteras naturales muy bien definidas. Las islas, por ejemplo. O algunas penínsulas con el istmo cerrado por una cordillera como es el caso de las penínsulas ibérica e itálica. En otros casos no había fronteras naturales a las que agarrarse por lo que la frontera artificial ha bailado en un sentido y en el otro durante siglos.
Naturales o artificiales todos los Estados consideran que sus fronteras son sagradas. Quien las viola se enfrenta a sanciones internacionales e incluso a una guerra como le pasó a Irak tras invadir Kuwait en 1990. En un mundo así de ordenado no debería haber territorios en disputa, pero los hay. Casi todos arguyen motivos históricos para reclamar la soberanía. Vamos a echar un vistazo y a sumergirnos en el fascinante mundo de los territorios disputados.
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