En el transcurso de nuestras vidas, inevitablemente nos encontraremos frente a Dios para rendir cuentas. En ese momento trascendental, no serán nuestras posesiones materiales o logros terrenales lo que importe, sino más bien las acciones que tomamos y las relaciones que cultivamos. Dios no juzgará nuestra riqueza material, sino la riqueza de nuestro corazón y el impacto que dejamos en los demás. Nos confrontaremos con las veces que elegimos el amor sobre el egoísmo, la compasión sobre la indiferencia, y la justicia sobre la injusticia. Seremos llamados a dar cuenta de cómo utilizamos los dones y talentos que se nos han otorgado para servir a los demás y hacer del mundo un lugar mejor. En última instancia, nuestra conexión con lo divino será medida por la profundidad de nuestra humanidad y el amor que compartimos con el prójimo. Por tanto, recordemos vivir cada día con integridad, compasión y gratitud, sabiendo que cada acción cuenta en el balance final que presentaremos ante Dios.
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