La semana pasada el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó que parámetros como la raza ya no se tendrán en cuenta para los procesos de admisión en las universidades. La decisión tomada por una mayoría de seis votos contra tres obligará a reelaborar los criterios de admisión en la educación superior de la mayor parte de Estados, donde durante décadas esto de la diversidad racial ha sido casi un artículo de fe.
El impacto más inmediato se sentirá en las universidades más prestigiosas del país, las de la llamada Ivy League, situadas todas en el nordeste cuyos títulos son considerados como los más valiosos ya que constituyen un trampolín para la movilidad social ascendente en Estados Unidos. El propio tribunal Supremo que ha tomado esta decisión es un ejemplo. Ocho de los nueve jueces que lo componen estudiaron en Yale, en Harvard o en alguna de las universidades de la Ivy League. El presidente del tribunal, el juez John Roberts, que se graduó en Harvard en 1979, aseguró tras la sentencia que “durante demasiado tiempo las universidades han concluido, erróneamente, que la piedra de toque de la identidad de un individuo no son los retos superados, las habilidades desarrolladas o las lecciones aprendidas, sino el color de su piel. Nuestra historia constitucional no tolera esa elección”.
Los seis jueces que votaron a favor de eliminar la medida (Clarence Thomas , Samuel Alito, Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh, Amy Coney Barrett y el presidente John Roberts) creen que la discriminación racial debe ser eliminada por completo, que el estudiante ha de ser tratado sobre la base de sus experiencias como individuo y no sobre la base de la raza. Según ellos “muchas universidades han hecho todo lo contrario durante demasiado tiempo”
La decisión del Supremo ha ocasionado una formidable polémica. Los partidarios de la discriminación positiva aseguran que no existe sustitución posible a esta medida si se quiere garantizar que las minorías raciales, especialmente los estudiantes negros, puedan acceder a las universidades más solicitadas. Creen que la discriminación positiva es un contrapeso necesario para corregir los errores de varios siglos de discriminación racial en los que a los estadounidenses no blancos se les negó la admisión en escuelas y lugares de trabajo. La jueza del Supremo Sonia Sotomayor junto a los otros dos jueces que votaron en contra, Elena Kagan y Ketanji Brown Jackson, creen que la sociedad “no es, y nunca ha sido, daltónica”. Para ellos el tribunal Supremo está ignorando las peligrosas consecuencias de una sentencia que no refleja la diversidad del pueblo estadounidense.
El asunto no tardó en saltar a la arena política. El presidente Joe Biden mostró su desacuerdo y pidió que se construyan itinerarios educativos que apuesten por la inclusión. Donald Trump recibió el fallo de forma muy distinta, dijo que era un gran día para Estados Unidos, que por fin se hacía justicia y que supone una recompensa para todos los que tengan habilidades extraordinarias. Ni uno ni otro podrán cambiar la sentencia ya que el Supremo es independiente, lo que obliga a las instituciones de educación superior a buscar nuevos métodos para que se mantenga la diversidad racial en las universidades. Nadie sabe aún cómo lo van a hacer.
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