Llevo más de 2 meses en el Valle Sagrado haciendo lo que más me gusta en la vida: deportes de montaña. Todo mi tiempo libre ha sido dedicado a eso: caminar, bicicletear, escalar, motear. El tiempo me quedó corto, así que volveré. Me voy con el corazón contento, con mucha paz interior y con grandes nuevas amistades.
Llegar fue una odisea, como describí en el artículo que fue publicado ayer. A veces me pregunto si mi determinación raya en la necedad, la locura o la irresponsabilidad. Tal vez es un poco de todo, pero esa determinación loca, necia e irresponsable me gusta y me lleva cada vez más lejos, y gracias a ella siento que el cielo es el límite.
Para mí, viajar es más que moverme por el mundo y conocer lugares, personas y culturas nuevas. Es conocerme a mí misma y reencontrarme conmigo misma. Es exponerme a situaciones nuevas y distintas para aprender de ellas, con ellas y para ellas. Es compartir todo esto a lo largo del camino. Es entenderme mejor, con el objetivo final de ser mejor para las personas que me rodean. Es un ejercicio mental, físico y espiritual de autoconocimiento que profundiza con cada viaje y experiencia.
Espero no dejar de viajar nunca. Espero no dejar de recorrer el mundo y, con ello, recorrerme a mí misma. Y espero poder compartirlo todo a lo largo del camino.
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