Después de haber estado ambos confinados volvemos a las andadas: “Vamos mañana de chill con los viejos neoprenos”, dijo uno; y así lo hicimos. Hay pocas cosas más cómodas que un neopreno de 2mm de esos que usan los surfistas en los días de verano. Pero no tiene nada de chill, sobre todo cuando vas en invierno, después de un tiempo sin hacer inmersiones, y con esa brisa crepuscular que se levanta cuando queda poca luz. Lo más difícil fue grabar con nuestras manos temblorosas:
—¿Me puedes tomar un plano caminando sobre las rocas?
—Por supuesto.
—¡Pero grábame la cara, desgraciado!
—Lo intento, ¡pero no puedo dejar de moverla!
Y así se sucedieron los minutos, jugando con las salemas y las anchoas que, para tener un cuerpo tan pequeño, aguantan bastante bien el frío. ¿Cómo lo harán? Al final la valía de un hombre se mide por el neopreno que lleva; si nos hubiese visto un instructor de apnea nos habría dado una bofetada a cada uno, y habría estado bien dada. Pero ¿qué íbamos a hacer?, ¿quedarnos otro sábado en casa?
Ni hablar.
Obra: La Caja de Música
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