Sobre esta piedra fue ungido (con especias, y mirra) el cuerpo de Jesucristo por Nicodemo y José de Arimatea antes de ser enterrado en una cueva en el extrarradio de Jerusalén. Los fieles más supersticiosos (ortodoxos) se postran de rodillas; besan la piedra sagrada y realizan rituales con fetiches y abalorios.
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