Todo se cocinó a fuego lento bajo la calurosa noche brasileña, con el fernet cordobés como testigo. Pablo Guiñazú, el "Cholo" para los futboleros, hablaba con su padre sobre las deudas pendientes. Algunas, quizás, serían simples fantasías. Pero había una que tenía que cumplirse y Guiñazú en su interior lo sabía: jugar en Talleres, su club preferido de la provincia que lo vio nacer.
Un día, ya con 37 años y los últimos cartuchos deportivos en el bolsillo, lo decidió: "Me voy a Córdoba". El anunció se lo hizo a su mujer; a su familia. Ya había recorrido buena parte del mundo gracias a sus estadías en el fútbol ruso, el italiano, el paraguayo y el brasileño. Era hora de volver a casa, a la que en realidad todavía no conocía porque en Argentina sólo había defendido los colores de Newell's e Independiente.
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