Entrevistamos al prestigioso intelectual español Jerónimo Molina Cano para comprender mejor la figura intelectual y el concepto de lo político de Carl Schmitt. Entendiendo sus influencias y su contribución al ámbito de la teoría política. Comprendiendo algunos de sus conceptos clave sobre la diferenciación amigo/enemigo o la diferencia entre pueblos de tierra y de mar.
"Decía Aquilino Duque, quien fuera el mayor prosista del idioma durante varias décadas, que “No se es un buen reaccionario si no se tiene buena memoria”. Y yo todo lo escrito por Duque lo estudio siempre con seriedad y rigor, aunque a veces me ría mucho admirando la agudeza de sus dardos. Por eso me he acordado de la cita releyendo el Glossarium de Carl Schmitt, imponente volumen integrado por una ingente cantidad de escolios, nótulas, pecios, apuntes trazados a vuelapluma con el fin de captar, a modo de glosa trazada en el vértigo del diario, la efigie de una modernidad putrefacta. Sin olvidar una hez malquistada ni conceder un silencio misericordioso de más al enemigo. Ustedes me entenderán…
Seiscientas páginas del ágil y portentoso mamotreto que leí de corrido cuando el escritor Frank G. Rubio me puso en la pista de su existencia; y que estos días he releído con deleite (e insistencia) mientras los descalabros políticos se sucedían en el noticiario mostrando con contundencia que hay más ardor guerrero en Génova que en Kiev. Una urgencia pasional de recuperación, la mía, como no me sucedía desde las relecturas más arrebatadas de la desprevenida adolescencia. Comprendiendo que la enorme inteligencia y el más depurado estilo no siempre coinciden con la verdad, nadie debería dejar de acudir a uno de los volúmenes mejor editados y más oportunos de las últimas décadas en nuestro país.
El citado Glossarium de Schmitt se presta gentilmente a la comparación con los Escolios de Gómez Dávila, con los Apuntes de Elías Canetti y con los Diarios de Robert Musil: aportaciones inmarcesibles de la literatura del siglo XX en forma de dietarios más cercanos al ensayismo que a la confesión íntima y que contienen, en cada caso y sin lugar a la excepción, la totalidad del saber occidental perfectamente sintetizado: de Platón hasta el siglo XX. Sólo que la similitud en la comparación con Gómez Dávila es más persistente (“Ser reaccionario es haber aprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino invitar”), dada la natural afinidad ideológica de ambos autores en dos obras fragmentarias y a su manera totales que recopilan, a modo de biblia contrarrevolucionaria o libro de cabecera del perfecto antimoderno, todo lo que un reaccionario, un tradicionalista o un escéptico con tendencia a la misantropía necesitan saber sobre la política; todo ello canalizado a través de dos talentos literarios de altísimo nivel, dentro de las particularidades, manías, genialidades y extravagancias de cada uno. Dos libros prestos a ser releídos muchas veces a lo largo de una vida.
Inasequible al desaliento e incapaz de concebir la derrota, el empecinado Schmitt no se deja subyugar por los fastos democráticos propios de la corriente histórica de la posguerra useña extendida onerosamente a todo el orbe; y la escritura de esos cinco cuadernos que abarcan una década (1947-1958) componen el mejor testimonio de aquello que Duque le exigía al reaccionario: la memoria, frente a la tan progresista tendencia a la “(des)memoria democrática” que todo lo falsea. Para Schmitt, la desaparición de la cosmovisión dentro de los rigores del pensamiento ha dejado paso a la única posibilidad de ejercer la crítica para nuestros pensadores contemporáneos: todos ellos nihilistas sin excepción. Sin una percepción teológica de la realidad, sólo queda la insuficiente ideología para tratar de descifrar el mundo: nuestros profesores universitarios existen únicamente para atestiguarlo. Se adelanta al fin de la historia e incluso a la perversa perspectiva del posthumanismo, entendiendo que los liberales quieren imponer la idea de que con ellos en el poder solo merece la pena conservar aquello que tan generosamente nos han brindado, después de la hecatombe nacionalsocialista y de los siglos anteriores de oscurantismo medieval. La paz, retomando a Lucano, nuevamente como excusa para esclavizar. Encontramos aprensados conceptos básicos del pensamiento schmittiano como la “dialéctica amigo-enemigo” o la comprensión de que toda guerra parte, en el fondo, de un conflicto de naturaleza religiosa. Su inconfundible catolicismo, mamado y heredado en el seno de su hogar, sería fundamental tanto para la entereza con la que afrontaría los años de cárcel en los que escribe las páginas de su dietario como para su comprensión de la historia en clave teleológica, con el katechon paulino en el centro de sus reflexiones en torno a la “satánica” modernidad."
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