Tenía una sonrisa de esas que no se olvidan fácilmente. Era una persona muy vital, tenía unas ganas tremendas de vivir hasta que una enfermedad degenerativa lo devastó todo. Tenía 53 años. Vivía en Arévalo, un pueblo de Ávila, tras la llegada de la enfermedad decidió cambiar su ajetreada vida en Madrid por la tranquilidad del campo. Nos citó en su domicilio, se encontraba en un edificio algo escondido, en medio de un laberinto de calles, cerca de una gran alameda. Nos costó encontrarlo. Era una calurosa tarde de primeros de julio.
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