14-09-2016
Nuria Espert, Ramon Barea, Cervantes o La Abadía, en el 37 Festival de Teatro de Logroño
Núria Espert pone el alma de una madre al horror de la guerra
La actriz protagoniza 'Incendios', obra clave en el teatro del siglo XXI, en un montaje dirigido por Mario Gas para La Abadía
La inocente nariz roja de payaso que muestra el mercenario en la sala judicial desgarra a la mujer, ya algo anciana, testigo y víctima de sus horrores pasados en un país en guerra. Su grito es tan sobrecogedor que la sala, esta vez del teatro, enmudece de angustia. Es el lamento de una madre ante el más terrible de los descubrimientos. Nuria Espert pone voz y alma a la tragedia de esa mujer que relata Incendios, una de las obras clave del teatro del siglo XXI escrita por Wajdi Mouawad, y que se estrena mañana por primera vez en castellano, en un montaje dirigido por Mario Gas para el Teatro de la Abadía, en Madrid. Una tragedia que se extenderá a sus dos hijos gemelos cuando deban cumplir el último deseo que les pide su madre en el testamento: buscar y entregar sendas cartas al padre y al hermano desconocidos. Nuria Espert está acompañada por un reparto de siete actores (Laia Marull, Ramón Barea, Álex García, Carlota Olcina, Alberto Iglesias, Edu Soto y Lucía Barrado) que dan vida a 23 personajes. A lo largo de tres intensas y emocionantes horas se compone un drama universal, se retrata el conflicto del ser humano frente a las religiones, las tierras y las razas.
“Hay verdades que no pueden revelarse a condición de que sean descubiertas”. La frase de Nawal Marwan, la mujer atrapada en su destino, la joven y la anciana, la feliz y la más desgraciada, aquella que se esconde en un silencio de años antes de su muerte, —“el silencio siempre llega después de la verdad”, advierte— marca el recorrido de esta obra que su director Mario Gas (Montevideo, 1947) califica de “difícil y hermosa, dramática y poética, que no huye ni del conflicto, ni del drama, ni de la emotividad”. “No hay que restarle dramatismo pero sí huir de la sensiblería. Hay emociones que incluyen el llanto, pero por encima de eso hay un horror tremendo que agarra a lo más íntimo de las entrañas”, asegura el dramaturgo, que no vive como un desafío el hecho de montar Incendios, tras el éxito abrumador de esta misma obra, dirigida por Mouawad, y que el propio Gas programó cuando estaba al frente del Teatro Español. “Vivir es un reto. Hacer el teatro que te gusta y de la manera que te gusta y, sobre todo, en un país como el nuestro es un reto enorme. ¿Pero quien dijo que la vida y el teatro fueran fáciles? Aquel espectáculo enorme me conmovió también a mí como espectador, pero si me ofrecen un texto tan brutal como este y me dan libertad para escoger a este magnífico reparto, siento una necesidad irrefrenable de abordarlo. Hubiera sido un cobarde si, por temor a lo que en la retina de alguna gente pudiera quedar de aquel montaje, me hubiera llevado a apartarme de la dirección”.
La felicidad y energía que transmite Nuria Espert a sus 81 años es envidiable. La única dificultad que encuentra esta actriz, premio Princesa de Asturias de las Artes, en Incendios es “estar a la altura del texto”. “No es un texto difícil de comprender, es dinámico, está logradísimo, es excitante, atrevido, poético, bellísimo. En medio de la mayor dureza, la poesía encuentra su espacio. El autor es un gran pensador y ha tenido la sabiduría extraordinaria de convertir sus pensamientos, su filosofía, en teatro, en teatro para sentir, para pensar, sonreír, asombrarse, pero también en teatro para reconocerse. Es una obra de suspense espiritual, las revelaciones de la madre traen dolor pero, al mismo tiempo, ayudan a respirar y dejar de sufrir. Desgraciadamente, no hay un texto más actual que Incendios”, explica Nuria Espert, que en el escenario deja uno de los más conmovedores testimonios de una mujer violada y humillada, que no ha perdido su dignidad.
Es un montaje en el que se suceden las escenas sin interrupción y de manera simultánea en los distintos tiempos, viaja del presente al pasado y más allá, en los tres espacios que componen la escenografía, muy austera y con poquísimos elementos pero muy definitivos. Una gran pared central, oscura, en la que se van reflejando imágenes audiovisuales, una puerta, un par de tumbas escondidas, unas cajas y un suelo negro, junto a los otros dos escenarios de tierra. Todo evoca y se inspira en las guerras fratricidas del Líbano, lugar de nacimiento del autor, pero el horror está en todas partes. “¿Quién no se reconoce en este texto?”, se pregunta Ramón Barea. “Yo vengo de la sociedad vasca y tengo a mi alrededor amigos que han estado en los dos lados, unos con guardaespaldas, otros en prisión. Este texto vuelve la mirada a la sociedad que tiene que afrontar su futuro, volviendo su mirada hacia lo que ha pasado y qué huellas ha dejado, como la nuestra”, asegura el actor bilbaíno.
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