La Coronilla que la Madre de Dios entregó a la Hermana Amália tenía 49 cuentas blancas, divididas en grupos de 7, por 7 cuentas igualmente blancas. Es, por tanto, similar a la Coronilla de los Dolores de María, aunque de diferente color. Tenía tres cuentas finales más y una medalla con la imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas – en un lado – y la imagen de Jesús Maniatado – en el otro. La medalla es parte esencial de esta Coronilla, y debe ser exactamente igual a la que la Madre de Dios le mostró a la Hermana Amália, en Campinas, el 8 de abril de 1930.
Orígenes de la Coronilla de Nuestra Señora de las Lágrimas
En la Congregación de las Hermanas Misioneras de Jesús Crucificado fundada, en Brasil, por Monseñor Francisco de Campos Barreto, Obispo de Campinas, y por la Madre María Villac, vivió una piadosa religiosa de su nombre Hermana Amalia de Jesús Flagelado: en el bautismo, Amalia Aguirre. Como otras almas privilegiadas - San Francisco de Asís, el Padre Pío de Pietrelcina y Teresa Neumann -, recibió en su cuerpo los sagrados Estigmas de Jesús.
Amalia Aguirre nació en Riós, Galicia, cerca de la frontera entre España y Portugal, el 22 de julio de 1901. Perteneció a una familia antigua, de larga tradición cristiana: sus padres fueron admirados por la santidad de las costumbres, ferviente piedad y su caridad inagotable hacia los demás. Las circunstancias económicas y los planes de Dios obligaron sus padres a salir de España y emigrar a Brasil, cuyo idioma - el portugués - les era bien conocido y permitía comunicarse y trabajar sin dificultades. Primero estuvieron en el Estado de Bahía, pero después se mudaron al Estado de São Paulo, a la ciudad de Campinas.
Inicialmente, la joven Amalia no fue con sus padres a Brasil y se quedó en España a cuidar de su abuela, que ya era muy anciana y estaba enferma, y que necesitaba compañía. Fue solo después de la muerte de su abuela que Amalia cruzó el océano Atlántico, llegando a Campinas-SP el 16 de junio de 1919. En su propia tierra natal, en Galicia, ella ya había recibido algunas manifestaciones prodigiosas de Jesús y María Santísima, aunque las conservaba en secreto en su corazón.
La Hermana Amalia formó parte del primer grupo de jóvenes religiosas, cofundadoras de la Congregación de las Misioneras de Jesús Crucificado, quienes, el 8 de diciembre de 1927, recibieron el hábito conventual y que también hicieron sus votos perpetuos el 8 de diciembre de 1931.
En el otoño de 1929, un pariente de la Hermana Amalia apareció en el convento. Estaba muy angustiado: su esposa se encontraba gravemente enferma y varios médicos le declararon que ya no había ningún remedio que pudiera salvarla. Ya no sabía qué más hacer, ni siquiera lo que Dios esperaba de él. Por eso, la Hermana Amalia era su última esperanza. Desesperado, con un dolor profundo y rompiendo en lágrimas, el pobre hombre le preguntó: "¿Qué va a ser entonces de mis hijos?".
El corazón de la Hermana Amalia sufrió con la aflicción de su pariente y sus inclinaciones innatas la llevaron de inmediato a querer ayudarlo en todo lo posible. Así, mientras su pariente le contaba su triste historia, la Hermana Amália rezaba interiormente a nuestro Divino Redentor, en una profunda reflexión, mientras pensaba con la misma intensidad en lo que podía ofrecer o hacer para ayudarlo.
Mientras escuchaba a su familiar y a su propia alma, la Hermana Amalia sintió un impulso interior que parecía llamarla para ir a Jesús presente en el Sagrario. Cuando terminó el encuentro con su familiar, ella respondió fiel y rápidamente a esa voz que sonó en su corazón. Luego se dirigió a la capilla del convento donde se arrodilló ante el altar y, con los brazos abiertos, le dijo a Jesús en el Santísimo Sacramento:
"Si ya no hay salvación para la mujer de T., yo misma estoy dispuesta a ofrecer mi vida por la madre de esta familia. ¿Qué queréis que haga?".
En ese momento, y sin esperar, el Señor se le apareció y le respondió: "Si deseas obtener esa gracia, pídemela a Mí por los merecimientos de las Lágrimas de Mi Madre."
Preguntó la Hermana Amalia: "¿Cómo debo rezar?"
Entonces Jesucristo le enseñó las siguientes invocaciones: "Jesús mío, oíd nuestros ruegos por las Lágrimas de Vuestra Madre Santísima."
"Ved, oh Jesús, que son las Lágrimas de Aquella que más Os amó en la Tierra y que más Os ama en el Cielo."
Al final, Jesús hizo una gran promesa: "Hija Mía: lo que los hombres Me piden por las Lágrimas de Mi Madre, Yo amorosamente concedo. Y luego añadió: Más tarde, Mi Madre entregará este Tesoro para nuestro querido Instituto, como una señal de Su Misericordia."
Esto ocurrió el 8 de noviembre de 1929.
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