Hay muchas maneras de acercarse a lo que los cristianos celebramos en la Navidad. Se me ocurre que una de ellas, quizá secundaria, pero sugestiva, es considerar que Dios se hizo hombre, se encarnó, para poder contarnos su historia. No digo que éste sea el motivo más importante para que naciera Jesucristo. Dios, nos enseñan los teólogos, se hizo hombre para salvarnos, para que nuestra inmensa miseria, nuestros odios, las guerras, la barbarie permanente, las injusticias, la destrucción, la muerte, el sufrimiento y la degradación abismal en la que el hombre se pierde cuando rechaza a Dios, no fueran el horizonte último de los hombres. Pero eso no es incompatible con que también Dios quisiera tener algo que contarnos.
En efecto, los seres humanos nos adentramos en las realidades más profundas a través de los relatos. Así lo demuestran la literatura, el cine y las diversas formas en las que los hombres desde que existimos contamos historias, que no son una estrategia para huir de la realidad, sino la mejor manera de aclararnos con ella, de hacerla comprensible y digerible.
Con su encarnación, Dios en Jesucristo, pasa a tener algo que contarnos sobre sí mismo. Es la historia que sucintamente se recoge en el Credo cristiano y que narran más extensamente los Evangelios. Moisés le había preguntado a Dios cuál era su nombre; la respuesta fue: «Así dirás al pueblo de Israel: Yo-soy me ha enviado». Se trata de la respuesta -Yo soy- menos narrativa que Dios podía haber dado. Con Jesucristo, la revelación de Dios al hombre llega a su cénit. Y se trata ahora de una respuesta completamente narrable: la historia de Jesús de Nazaret.
Lyotard planteó como exigencia de la liberación del hombre -a posmodernidad- la desconfianza e incredulidad frente a los grandes relatos, entre los que situaba al cristianismo. En mi opinión, se trata de una crítica exagerada. Los grandes relatos pueden llegar a ser, quizá, grandes mentiras, pero no lo son necesariamente. Los relatos nos pueden acercar a la realidad, porque lo seres humanos somos profundamente narrativos.
Sin embargo, es importante no confundir la historia de Jesús de Nazaret con un mito. Su relato no es una manifestación más de la tendencia -infantil según algunos- de recurrir a antropomorfismos de divinidades para conjurar el vértigo del misterio. La diferencia entre los mitos y Jesucristo es muy sencilla. Simplemente, Jesucristo no es un mito. Jesús de Nazaret existió realmente y se trata de un personaje real perfectamente documentado, de acuerdo con las exigencias del método histórico. De Jesús de Nazaret tenemos más y mejor información que de la mayoría de los personajes de su tiempo. Su historicidad es indiscutible, aunque ciertamente, la creencia de que se trata de una persona divina es cuestión de fe.
La fe en que el personaje histórico Jesús de Nazaret es Dios y que en él Dios hace propio todo lo humano, nos abre a un nuevo horizonte, al horizonte de la historia humana. No sólo tenemos una historia de Dios a través de Jesús de Nazaret; se trata de una posibilidad más; una posibilidad sobrecogedora, si se sacan todas las consecuencias.
Puesto que 'encarnación' significa que Dios hace suya la realidad humana en su integridad, ¿significa eso que Dios asume también nuestra historia? Es decir, la historia de la humanidad, ¿es también y a través de Jesucristo historia de Dios?
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