En el recuerdo de los habitantes de mayor edad vive el sonido característico de los granos recorriendo una especie de embudos llamados tolvas, por los que deslizaban el maíz, trigo, cebada para que sean molidos y después ocupados en la elaboración de una serie de alimentos, como coladas o tortillas.
La vida sin duda era más tranquila. Así lo recuerda Geovanni Tobar, quien a sus 68 años es el actual propietario de uno de los últimos molinos impulsados por agua que existen en el país. En la parroquia Tababela, en el nororiente de Quito, una calle de piedra conduce hasta la casa que esconde una reliquia del pueblo.
“Este molino existe desde hace unos 120 años, el propietario era mi abuelo, él tenía la hacienda La Compañía, en donde ahora es el aeropuerto. A mi abuelo le expropiaron como 250 hectáreas”, relata mientras abre dos puertas de madera en la única ventana que deja entrar la luz al cuarto de molienda...
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