La derrota está consumada. Las lágrimas del capitán reviven el sádico goce de las tribunas del estadio Olímpico de Roma cuando aparece en la pantalla gigante. Entonces, como una cofradía de hermanos, Bilardo, Goycochea y Calderón se paran delante para que las cámaras no disfruten su dolor. Llorá tranquilo, Diego, tus lágrimas también son las nuestras.
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