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Mis padres eran tan ricos y se amaban tanto que hasta hicieron una estatua de sí mismos.
Teníamos todo lo que el dinero puede comprar, y más.
Yo tenía un trillón de juguetes e incluso tenía mi propio parque temático, pero nunca estuve interesada en ese estilo de vida exuberante. Siempre he tenido una mente curiosa. Por ejemplo– nunca pude sacarme de la cabeza averiguar qué había detrás de la puerta roja que mamá y papá me habían prohibido abrir.
Así que a veces simplemente me sentaba a mirarla.
- Samantha, debes ser la única niña en este planeta que se sienta a contemplar una puerta ¡teniendo una habitación llena de juguetes!
- Bueno, me preguntaba si quizás podría mirar por el ojo de la cerradura ¿tan sólo una vez?
- Pero ya conoces las reglas, Samantha.
- Porfaaaaaa.....
- De acuerdo, sólo un vistazo. Contaré hasta cinco. Bien, ¡tiempo!
No importaba cuánto mis padres querían que fuera como los otros chicos– divertida y juguetona– yo no podía evitar cuestionar todo a mi alrededor. Como por ejemplo–¿por qué las hormigas son tan diminutas?
O, ¿por qué tenemos dos piernas y no cinco? Incluso mis profesores no me comprendían.
- De acuerdo, chicos, deletreemos la palabra “acceso”.
- Anita, cruza, calles, en, su, ornitorrinco.
- ¿Sí, Samantha?
- ¿Por qué Anita cruzaría la calle sobre un ornitorrinco?
- Ah, Samantha- ¿eres la especial de la clase, no es así?
No me importaba cómo me viera la gente porque sabía que estaba destinada a hacer algo genial. Y entonces, un día cuando tenía diez años, descubrí mi pasión mientras veía “Mira, la detective del reino”.
Yo quería ser como ella. Incluso mis padres me compraron mi propia lupa de detective, pero de inmediato se arrepintieron durante una de sus fastuosas fiestas.
En lugar de ponerme un vestido con volados y tomarme selfies como las otras chicas, comencé a dar vueltas por ahí con mi lupa y mi traje de detective.
Y mientras buscaba pistas para desentrañar algún misterio, mi intuición de detective me condujo hasta el bolso del Sr. Salinas, quien trabajaba con mis padres. Y, madre mía, qué sorpresa me llevé al ver lo que había ahí adentro.
- Disculpe, señor, para qué trae ésto.
- Pequeña curiosa, qué haces con mi bolso. Y devuélveme mi osito.
Él actuó como un pequeño bebé al abrazar al oso; fue muy gracioso. Y entonces mamá y papá me tomaron de la mano.
- Suficiente, jovencita. ¿Intentas arruinar la fiesta?
- Sólo jugaba a mi juego favorito, papá.
- ¡Dame eso! ¡No más juegos de detective para tí, jovencita!
- Pero mamá, es lo que me encanta hacer.
- ¡SUFICIENTE!
