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El aceite de palma es el más utilizado del mundo, por delante del de soja o el de colza, debido a que es el más económico para las empresas, aunque también es el que más grasas saturadas contiene. Se produce a partir de los frutos de la palma africana y se ha convertido en una materia prima usada a nivel global para la elaboración de una gran cantidad de productos de la industria alimenticia y cosmética.
Uno de los principales argumentos en contra del aceite de palma, al margen del daño ecológico que ocasiona, son sus efectos sobre la salud. Es un aceite muy rico en grasas saturadas, lo que incrementa el riesgo de enfermedades car dio vasculares, al incrementar los niveles de colesterol "malo" (LDL). Algunos estudios lo han llegado a relacionar con el cáncer, ya que las grasas favorecen la metástasis de las células tumorales. En las pruebas realizadas en ratones, parece existir un enlace directo, entre consumo de grasas y potenciación de las metástasis. El ácido palmítico, el principal componente del aceite de palma, resultó ser la grasa con mayores posibilidades para la propagación del cáncer.
Las grasas son necesarias para el organismo, pero la desmesura puede tener un impacto en salud como ya se ha demostrado antes para algunos tumores, como el de colon.
El aceite de palma se encuentra en cremas y coberturas, productos para untar como cremas de chocolate y avellana, pastelería y bollería industrial, productos para limpieza, alimentos precocinados, snacks, margarinas, salsas industriales, productos de limpieza, cosméticos y velas.
Los productores defienden que es imposible sustituir el aceite de palma porque acortaría la fecha de caducidad y empeoraría la textura de los alimentos
Los nutricionistas creen que el aceite de oliva o el de girasol pueden ser los perfectos sustitutos.
Cada europeo consume una media de unos 60 kilogramos al año de aceite de palma, y España, en concreto, es el tercer país europeo en consumo de este ingrediente tan habitual como últimamente polémico. De repente, tras 150 años de consumo, se ha puesto el punto de mira en los perjuicios que ocasiona sobre nuestra salud y en los problemas medioambientales derivados de su producción, que se ha incrementado notablemente en los últimos años. ¿Estamos realmente ante un problema o ante una falsa alarma?
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