Durante casi una semana, sus voces, enojadas, autoritarias, vengativas y amargas, han resonado en las ondas de radio. Y a su paso ha llegado el sonido y la furia de la recriminación.
En todo el mundo, la entrevista de Harry y Meghan ha dividido a familias, comunidades e incluso naciones. Sus consecuencias han sido mayores de lo que nadie podría haber imaginado. Hemos sido divididos por raza, por género y por edad.
Solo las cifras de audiencia son asombrosas: una audiencia televisiva de 50 millones hasta ahora, un número que sigue creciendo.
En el fondo, dirigiéndolo todo, estaba Oprah Winfrey , cuyo perfil mundial se acerca a rivalizar, posiblemente incluso eclipsar, al del príncipe Harry y su esposa.
Una multimillonaria que se hizo a sí misma, es la estrella de los medios de comunicación más exitosa y más rica del planeta.
Muy respetada, compasiva y con una credibilidad incomparable con cualquier otra emisora, es la realeza de Estados Unidos.
Pero con esa autoridad y ese estatus vienen las obligaciones. Cuando las afirmaciones son tan fuertes y rápidas como las de Harry y Meghan, es difícil mantenerse al día. Pero debido a su gravedad, cada uno debe ser desafiado.
Lamentablemente, eso no sucedió el pasado domingo por la noche. Las afirmaciones no fueron probadas, las acusaciones preocupantes basadas en conversaciones de segunda mano fueron indiscutibles y las interpretaciones no se opusieron y, por lo tanto, se aceptaron como la verdad.
Puede haber sido una televisión apasionante, ya que Harry se dedicó a su familia con un desapego a veces frío y despiadado, pero los espectadores tenían derecho a preguntar, y esperar, que estas afirmaciones fueran cuestionadas.
