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Una de las claves del entrenamiento exitoso es poder determinar de forma cuantitativa y medible la intensidad del entrenamiento. Una cosa es la intensidad óptima del entrenamiento, y otra muy diferente la intensidad considerada por cada atleta como óptima. En otras palabras, un tema es lo que queramos hacer y otra muy diferente es que lo debamos hacer. Un atleta puede querer bajar de 3 h en maratón, y otra muy diferente es que ese atleta esté preparado para hacer el entrenamiento de sub 3 h en maratón. Es muy probable que este sea uno de los puntos más críticos en el entrenamiento; entrenar en la intensidad que el atleta esté preparado, y no más, ya que de otra manera el resultado podría ser considerablemente menor al esperado.
Con estas premisas, necesitamos un indicador de intensidad. Este indicador debe ser no sólo medible y cuantificable, sino además real y óptimo para ser empleado en el entrenamiento. De nuevo, para hacer entrenamiento sub 3 h en maratón, un atleta puede seguir el plan que en teoría le lleve a correr en sub 3 h. Sin embargo, si el atleta no está preparado para la intensidad necesaria en el entrenamiento, difícilmente podrá lograrlo, por muy bien diseñado que esté el plan de entrenamiento. De esta manera, los planes de entrenamiento han de ser planificados no en función de la marca objetivo, sino en base una intensidad mínima que produzca mejora en el rendimiento del atleta. Un buen indicador (aunque no el único) medible, cuantificable y objetivo para ello es el umbral láctico, definido como franja de pulso (lat/min) a una intensidad de carrera (min/km) a partir de la cual, al incrementar mínimamente el ritmo (min/km) el pulso se dispara de forma exponencial
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