Ucranios y rusos comenzaron a llegar a la línea fronteriza que divide a EE UU y México la semana pasada. Se toparon con el muro que la Administración de Joe Biden ha dejado en pie de los tiempos de su predecesor, Donald Trump, un pantano burocrático que retrasa las solicitudes de refugio y asilo, un mecanismo que fue dañado por el republicano y que el presente Gobierno ha prometido reparar. Pero el recrudecimiento de la ofensiva de Vladímir Putin en Ucrania ha movido el engranaje en Washington. Cualquiera que muestre hoy un pasaporte ucranio puede entrar a Estados Unidos.
Las autoridades locales temen que este campamento se salga de control en las próximas semanas. La garita de San Ysidro es un punto que recibe las interminables crisis del mundo. Anteriormente, albergaba un campamento de casi 400 migrantes centroamericanos que pedían ingresar a California, quienes fueron desalojados el pasado 6 de marzo.
Algunos de los migrantes que esperan obtener asilo son ciudadanos rusos que se oponen a la guerra o sufren persecución política. Sus fondos son limitados, debido al congelamiento global de las cuentas bancarias rusas, aunque esperan reconstruir sus vidas en Estados Unidos, donde algunos ya son esperados por familiares.
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