Nueva Biblioteca del Niño Mexicano
Villa y la expedición punitiva
Por Toño Malpica
Era el inicio de 1916. A estas alturas, la Revolución mexicana ya se había vuelto un tremendo borlote, precisamente por los mútliples bandos que la protagonizaban. Los que antes fueron aliados, ahora ni se hablaban. A veces era un todos contra todos, y a veces parecía que todos peleaban por lo mismo, pero era más fácil disparar que ponerse a averiguar.
Para esas fechas, los constitucionalistas, comandados por Álvaro Obregón, ya habían mermado bastante las fuerzas de los villistas, consiguiendo así que el gobierno de Venustiano Carranza se afianzara en el poder. Esto, desde luego que no le hizo ninguna gracia a Pancho Villa, pues para entonces ya llevaba algún tiempo enemistado con Carranza; y ver a un enemigo en la cumbre del poder puede ser la mejor receta para enfermarse del hígado.
Así las cosas, a los estadounidenses les pareció que valía la pena apoyar a Carranza y reconocer su gobierno como el único legítimo, probablemente porque, desde la muerte de Madero, reinaba la inestabilidad en el país. Woodrow Wilson, el entonces presidente de Estados Unidos, apoyó sólo una facción en la revuelta mexicana: la constitucionalista. Y dejó fuera a todas las demás.
Esto le hizo aún menos gracia a Pancho Villa por dos razones. La primera porque en junio de 1915, cuando el gobierno de Wilson convocó a varios países de América Latina a una "Conferencia interamericana" para dialogar con los diversos hombres de la Revolución mexicana, a fin de ver qué contendiente era el bueno (y por consiguiente al que debía reconocer), el único que aceptó dialogar fue Villa. Emiliano Zapata se mostró indiferente y Venustiano Carranza de plano se negó. La segunda porque entre las determinaciones de Wilson, estaba la de ya no vender armas (ni municiones, claro) a nadie que no jugara con los constitucionalistas. Y como el afamado Centauro del Norte nunca fue precisamente el hombre más resignado del cuento, decidió tomar cartas en el asunto, ya que la medida afectaba seriamente su intención de seguir en el combate. (Era eso o cambiar los máuseres por resorteras, así que tampoco lo pensó mucho).
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