El destino de Raúl Hurtado cambió para siempre cuando, sumergido en las aguas del puerto veracruzano, se topó con un brillo metálico entre sus herramientas de trabajo. Lo que empezó como un hallazgo casual mientras pulpiaba se convirtió en el descubrimiento de un tesoro que alteraría su vida.
A finales de 1975, Raúl, un pescador de veintiséis años, encontró más piezas en las profundidades cerca de Arroyo de Río Medio. Pronto se dio cuenta de que era oro y, con la ayuda de su hermano Francisco, lo vendió a una joyería. Sin embargo, la bonanza fue efímera. La codicia y el derroche atrajeron la atención de la comunidad, desencadenando una serie de eventos que los llevaron ante la justicia.
Acusados de saquear patrimonio histórico, Raúl, Francisco y el joyero enfrentaron un proceso legal que culminó en la condena de Raúl en 1979. Aunque posteriormente fue absuelto por falta de conocimiento sobre la naturaleza arqueológica del tesoro, su vida nunca volvió a ser la misma. Libre pero empobrecido, Raúl lamentó la injusticia y la dureza del sistema legal.
El tesoro que encontró, conocido como las "joyas del pescador", incluía cerca de sesenta piezas de oro, barro y pirita, presumiblemente reunidas en tiempos coloniales en Oaxaca. A pesar de las dificultades, el legado de Raúl y su encuentro con el tesoro perdido perdura, recordado junto a su fiel lancha "El menso soy yo". Las joyas ahora están resguardadas por el INAH, recordando la increíble historia de un pescador que cambió el curso de su vida con un inesperado tesoro marino.
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