EL régimen de Nicolás Maduro es un tablero de ajedrez donde cada participante mueve sus piezas con cautela, sabiendo que un solo error podría desencadenar un colapso total. Desde una perspectiva de teoría de juegos aplicada a escenarios de conflicto, la situación actual en el país se parece más a una guerra silenciosa, en la cual la estrategia y la anticipación son tan cruciales como la fuerza.
Nicolás Maduro: el rey en jaque
Maduro, aunque sigue siendo el presidente, se encuentra en una posición de vulnerabilidad. Su control sobre el país ha sido cuestionado tras la reciente pérdida de apoyo popular y la necesidad de ceder poder a otros actores dentro del régimen. El heredero de la corporación criminal, elegido por Chávez bajo la influencia de La Habana, en lugar de Diosdado Cabello (miembro del golpe del 4F y presidente de la Asamblea Nacional en 2012-2016) y Rafael Ramírez (el zar petrolero), se encuentra cada vez más aislado y debilitado. Ante esta situación, ha adoptado una estrategia clásica de supervivencia: repartir el poder entre los cabecillas de la banda delictiva para mantener la asociación que sostiene al Estado mafioso -la semana pasada se incautaron 7,4 toneladas de cocaína: 3 en Maiquetía y 4,4 en la frontera con Guyana-. Pero en este juego, cada concesión que hace el ocupante de Miraflores es una señal de su creciente debilidad. Ha cedido el control de la economía a los hermanos Rodríguez y ha entregado la seguridad interna a Diosdado Cabello, en un intento desesperado por comprar su permanencia en la silla presidencial.
Sin embargo, esta jugada podría ser su caída. En teoría de juegos esto se asemeja a una partida en la que el actor principal, bajo presión, cede demasiado terreno, dejando sus piezas más valiosas expuestas. Luego del golpe de Estado a la soberanía popular, el poder de Maduro quedó fracturado, con unas fisuras que muestran su vulnerabilidad. Cada movimiento que hace debe ser calculado para evitar que sus cómplices se pongan en su contra y esa es una apuesta cada vez más difícil de manejar, que ha hecho más inestable su posición.
Cabello: el jugador en ascenso
Diosdado Cabello emerge como un jugador ambicioso, que ansía tener el dominio del régimen. Con el reciente acceso al Ministerio del Interior y Justicia, el hombre del mazo ha asegurado una posición de ventaja que le permite controlar las fuerzas de seguridad del país. Su estrategia para eventualmente desafiar a Maduro de manera más directa es el fortalecimiento de su base de poder, mediante el control del PSUV, la Guardia Nacional Bolivariana, la Policía Nacional y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Ha empezado a sustituir a figuras clave dentro del ministerio por oficiales de la Guardia Nacional, estableciendo una estructura de poder que le es leal.
Vladimir Padrino López: el rey sin corona
Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa y hombre fuerte de la FANB, ha sido un pilar de estabilidad para Maduro durante los últimos 10 años. Sin embargo, su posición se ve amenazada por el ingreso de Cabello al ministerio. El general debe decidir si continúa apoyando a Maduro o si alinea sus intereses con el nuevo ministro del Interior –quien le tiene facturas por el pase a retiro de toda su promoción (1987) en 2020, entre otras– para asegurar su futuro en un régimen que cada vez va a estar más aislado. Esta decisión es crítica, pues podría desencadenar un conflicto interno en el seno del poder militar.
La comunidad internacional: una espada de Damocles
Mientras tanto, los actores internacionales, como Estados Unidos y la Unión Europea, observan de cerca. Las sanciones económicas y la presión diplomática actúan como una espada de Damocles sobre los miembros del régimen. En este contexto, las fuerzas contra Maduro, liderada por figuras como María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, buscan aprovechar cualquier fisura dentro del narcorégimen para aumentar la máxima presión interna y externa.
Las sanciones dirigidas a figuras clave de la organización criminal, así como a sus familias, tienen el potencial de desestabilizar aún más el ya frágil equilibrio de poder. Si alguno de estos miembros clave percibe que su futuro está en riesgo, podría decidir traicionar al resto de la banda en un intento por salvarse a sí mismo y a los suyos, lo que aceleraría el colapso del régimen.
En este juego, los actores internacionales son como jugadores externos –“no mirones de palo”- que pueden influir en el resultado, pero no controlan directamente el tablero. La teoría de juegos sugiere que la intervención externa es decisiva si llega en el momento justo, cuando las tensiones internas están en su punto más alto.
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