Todo empezó cuando Albert Einstein fue interrogado vía telegrama por el rabino Herbert S. Goldstein sobre si creía o no en la existencia de Dios. Einstein respondió:
“Creo en el Dios de Spinoza, quien se revela así mismo en una armonía de lo existente, no en un Dios que se interesa por el destino y las acciones de los seres humanos”.
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En una entrevista de 1930 publicada en el libro Glimpses of the Great de G. S. Viereck, Einstein amplia su explicación aún más...
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