(Texto original publicado en la revista Hildebrandt en sus trece, en la edición del 19 de octubre del 2012).
Pucarina: Una flor que no marchita
Un cuarto de siglo no ha sido suficiente para silenciar la voz de Flor Pucarina. En las siguientes líneas, desde el valle del Mantaro, valiosos retazos de la historia de una de las flores más representativas de la música andina peruana
Veinticinco años lleva Flor Pucarina cantando desde su inmortalidad. Desde su partida física, muchas versiones se han tejido sobre su biografía. Que Leonor no era su verdadero nombre. Que era una mujer sufrida. Que era bien entrada a la vida bohemia. Que siempre estuvo sola. ¿Qué más no se ha dicho de esta mujer que en vida derramó lágrimas en forma de mulizas y huaynos?
La Pucarina fue una flor que llegó al mundo en vísperas de primavera. Nació en la mañana del 21 de setiembre de 1935, en el barrio 28 de Julio de Pucará, tierra del huaylarsh, al sur del valle del Mantaro.
Sus primeros días transcurrieron en un entorno de pobreza. Testigo de excepción de aquellos años es don Sebastián Ramos Vila (86 años), un vecino que vivía a escasas dos cuadras: “Desde que era pequeña la he conocido. Era bien sencilla. Andaba con su falda y su blusa de tocuyo (bayeta). Sin zapatos”.
Ayrampito
Distintas versiones coinciden en que un 8 de diciembre de 1958, a los 23 años, debutó Flor Pucarina en el coliseo nacional de La Victoria, interpretando una muliza de don Emilio “Moticha” Alanya: Falsía. Los mismos hermanos Galván la habrían bautizado con aquel nombre artístico.
Los miles de discos vendidos dieron paso a nuevas producciones. Con su voz, Pucarina registró canciones de notables compositores andinos como Zenobio Dagha (“Sola, siempre sola”), Juan Bolívar Crespo (“Tú no más tienes la culpa”) y Carlos Baquerizo (“Noche de luna”).
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El canto de Flor Pucarina sonaba triste. Quienes la conocieron coinciden en señalar que los primeros años de pobreza marcaron su vida y su canto.
El guitarrista Julio Humala recuerda haberla acompañado en una presentación en Lima: “Quedé anonadado con tremenda personalidad. Flor Pucarina se paraba y llenaba todo el escenario, era dueña. A la gente yo los he visto con una devoción, casi con lágrimas en los ojos”.
Otra artista peruana que compartió escenario y la recuerda con mucho afecto es Martina Portocarrero: “Lo que más me fascina hasta ahora es su timbre de voz y el sentimiento con que interpretó no una sino todas las canciones. Pucarina es la más grande cantante popular con arraigo de masas que ha tenido el Perú hasta ahora”.
El canto de Flor Pucarina era remedio para los corazones heridos. Pero con todo, ella nunca pudo curar su alma dolida. En pleno apogeo de su vida, la flor empezó a marchitar.
El último canto
Los cantos de sufrimiento siempre mostraron a Flor Pucarina como una mujer de amores esquivos. Pero una partida de matrimonio del municipio de La Victoria contradice, en parte, esta versión. Leonor Chávez Rojas se había casado casi a escondidas con Humberto “Huachito” Sarmiento Herrera, un 14 de noviembre de 1964. Ella tenía 29 años y él, 35. La relación duró ocho años. Luego vino la separación. Luego el divorcio.
Julio Rosales recuerda que a Flor Pucarina “la perseguían ilustres personas, ministros, generales, coroneles”, pero ella decidió estar sola, siempre sola, tal como proclamaba en una de sus canciones.
La noticia del otoño de su vida le llegó en 1983, cuando empieza a sentir los primeros síntomas de una infección renal. Desde entonces, sus canciones eran más bien plegarias: “No te apagues, corazón, por Dios, no te apagues”, rogaba en las letras de una muliza.
En 1986 fue internada en el hospital Rebagliati. Al año siguiente, sus seguidores promovieron una actividad en Huancayo para recaudar fondos pero ya era tarde.
Flor Pucarina, resignada, grabó en 1987 su último disco. El huayno “Mi último canto”, que inicia con el sonido fúnebre de una trompeta, era más bien el himno de su despedida. Flor Pucarina interpretaba sus huaynos con una voz acaso más triste: “Si el destino estaba escrito, ya no hay remedio”.
Quienes la visitaron en sus últimos días, en la habitación 32 del Rebagliati, solo encontraron palabras de despedida:
—Machito, no me olvides y ten presente mis canciones —le pidió a su amigo y empresario Marcelino López.
En la mañana del 5 de octubre de 1987, hace 25 años, murió la Flor Pucarina. Su partida multitudinaria causó sorpresa en los medios capitalinos. “Había gente, más que con Odría, más que con Haya de la Torre. Desde la Plaza de Armas salimos a las diez de la mañana y llegamos al cementerio El Ángel recién como a las cinco de la tarde”, recuerda Marcelino López.
Más de treinta músicos de orquestas típicas escoltaron a la Faraona del Cantar Huanca. Lo hicieron interpretando sus mulizas y huaynos, en coro con la gente. Aquel atardecer, Flor Pucarina fue despedida en el cementerio Él Ángel y el perfume triste de su canto se esparció hacia la eternidad.
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