Como una gran caja de regalo que abres y esconde otra caja de regalo, y luego otra cajita y luego otra más. Hay testimonios que son así. Un testimonio de vocación de familia, de familia en misión, que se revela en testimonios de sufrimiento ofrecido, de Cruz aceptada y ensalzada, de muerte, dudas, caídas y resurrección; en otras cajitas de una vida nueva y de la fe fortalecida. Y en la cajita final una nota: "Id y anunciar lo que os ha pasado".
Raquel y Adrián crecieron en el seno de familias en misión: ella en Holanda y él en Alemania. Se casaron hace nueve años y tienen 7 hijos. Ambos sintieron la llamada de continuar el legado de sus familias, y juntos comenzaron su misión en Chemnitz (que significa ‘Ciudad de Karl Marx’), en la que antigua Alemania del Este, donde solo un 4% de la población está bautizada. En un entorno pobre y hostil, muy radicalizado y con reminiscencias de la Alemania comunista, Raquel y Adrián participan junto a otras familias en la difícil tarea de dar a conocer el Evangelio a quien nunca ha oído hablar de Cristo, y construir y mantener la llama viva de una comunidad católica. En ese camino, han vivido en primera persona eso que tantas veces oímos o decimos sin prestar casi atención: “lo que Dios te da, Dios te lo quita”. Pasar de la abundancia a la precariedad y la enfermedad les ha permitido consolidar su relación con el Señor, porque desde la cruz se tiene la certeza de que solo Dios basta. Él les estuvo preparando para algo mayor.
Raquel fue diagnosticada de cáncer en plena pandemia y pocos días después de haber dado a luz a su sexto hijo. La joven madre vivió su propio calvario. Cayó varias veces. Y se levantó. Junto a su esposo, la Iglesia, los sacramentos, la oración y atenciones de sus familias y de su comunidad. La Virgen de Fátima, la Virgen peregrina, se hacía la encontradiza con ella en fechas clave, en momentos críticos. A Ella le dio Raquel un sí con cierto miedo, pero determinado: ofrecer su sufrimiento por la salvación de almas, por las conversiones en su incipiente comunidad. Después los diagnósticos y los pronósticos para la enferma cambiaban de forma inexplicable para los médicos. Llegó la sanación para ella y una nueva vida para toda la familia, a la que se sumaba la pequeña Miriam (que significa madre de Dios).
Raquel y Adrián tienen claro que, cuando las cosas marchan bien, es fácil olvidarse de quien te lo ha regalado todo. Por eso tienen la certeza de que la precariedad y la enfermedad no son maldiciones, sino regalos mayores. Y que “perderlo todo para tener a Dios más cerca” es lo que realmente da sentido a sus vidas. En su misión en Chemnitz ya están viendo los frutos de esa cruz: cada vez más personas allí que no habían oído hablar de Dios están ahora dispuestas a iniciar el camino que les lleve al Bautismo.
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