Delante de nosotros crece la tendencia hedonista de nuestra sociedad que confunde el significado de la felicidad y el placer.
El "ser feliz" desde tiempos primitivos es un tópico tan recurrente que explicarlo es uno de los retos más complejos de cualquier disciplina. Desde tiempos Socráticos se decía que para "alcanzarla" no podemos pensar en recompensas externas sino enfocarnos en el mundo interno. En similar línea Aristóteles y Platón decían que dependía de nosotros mismos y no de los demás.
Sin embargo, la ciencia también ha explicado como los circuitos neuronales que se activan en la felicidad son distintos a los de la experiencia del placer.
Si te haz confundido entre felicidad y placer, no eres el único. Mal hacemos en solo buscar en Google “placer”, porque lo que encontrarás es: “un sentimiento de feliz satisfacción y disfrute”. Ante está premisa básica pero no carente de verdad, comprendemos claramente que el dinero puede comprar placer y que la felicidad viene de otra parte y no tiene precio.
Ahora, por encima de la felicidad, en mi visión de vida y bajo mis creencias, esta el GOZO del espíritu que supera por mucho la felicidad o el éxtasis del placer.
El asunto está en que tenemos siglos poniendo cifras a una esencia que no viene en un formato que se pueda medir. La clave está en encontrar el gozo en lugar de una búsqueda de la felicidad en sí.
El gozo en gran parte es una decisión y no depende del contexto. Es una actitud sincronizada entre la mente, el cuerpo y el espíritu. La satisfacción y el placer ni se le parecen. Una analogía pudiera realizarse con la diferencia entre emociones, que son ardientes pero transitorias, y los estados de ánimo, que son duraderos pero moderados. El gozo al que me refiero es una sensación que supera lo carnal; si bien son deliciosos, no me refiero a una búsqueda de deleites cuyos extremos conduzcan a las adicciones. No hay espacio para la sobredosis en la felicidad. Asumo el gozo de esta manera porque se origina de un acto consciente y divino.
Suena sencillo, pero no lo es. El reto consiste en decidir qué nos alegra, lo cual tiene un sustento inequívoco en la gratitud. Nada de esto tiene que ver con una visión romántica o inocente de ignorar cuánto nos pueden doler los contratiempos, sino de aceptar que la felicidad no depende de complacencias primarias. Esta visión aplica para las personas y para las organizaciones, que también son capaces de transformar su percepción.
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