La celebración de la Navidad tal como la conocemos en la actualidad, es una mezcla de diversas costumbres cocinadas por el fuego lento del tiempo en un gran crisol llamado cristianismo. El árbol navideño es una de estas costumbres paganas adoptada por misioneros católicos en el norte de Europa y convertida en metáfora de Cristo durante los procesos de evangelización emprendidos en los siglos VII y VIII.
La costumbre de adornar árboles durante el invierno era frecuente. Con ello se suplía la pérdida de follaje que sufren la mayoría de ellos durante esta estación, además de alegrar con luces y colores las celebraciones del solsticio de invierno. El cambio introducido por misioneros como Bonifacio en Alemania fue reemplazar el culto alrededor de árboles como el roble, por el abeto o el pino, que no pierden sus hojas o fronda, y se asemejan con Cristo, quien resucitó y permanece vivo para sus fieles devotos.
El mismo Martín Lutero, iniciador del protestantismo en Europa, prendía velas y las ponía sobre las ramas de uno de estos árboles, representando, según su pensamiento, las estrellas de Belén que vieron nacer a Jesús. Poco a poco son los poblados y ciudades enteras los que se reúnen, decoran y alumbran, un gran árbol comunitario alrededor del cual celebran el nacimiento de Cristo.
La costumbre se extendió por gran parte de Europa y llegó incluso a cortes como las de Inglaterra y España en el siglo XIX. A Norteamérica también llega como tradición del protestantismo evangélico y se comercializa de la mano de otros mitos de origen celta traídos por inmigrantes irlandeses y de personajes como Sinterklass, más conocido como Santa Claus.
En este fragmento del programa Culturama presentado por Margarita Ortega y dedicado a la Navidad, la historiadora Diana Uribe nos habla al respecto del origen del famoso árbol navideño.
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